jueves, 27 de noviembre de 2014

Catarsis a las 3.20 a.m

Hace tanto, pero tanto que no escribo, que ya no sé cómo decir las cosas. Antes escribía absolutamente todo (hasta los cuetes) para que las palabras y sus significados -si existían- fuesen tomando forma en mi mente. Pero ahora me acostumbré a pensar todo en voz alta sin un borrador, sin unos oídos de papel que me diesen consejos o me corrijan. Es extraño, verás. Pero me alegra volver a estar sola como para dar lugar a la escondida voz interior. Exitosamente conseguí tapar todo esto a lo largo del año entero, y probablemente sea porque fue mi primer año de facultad y me haya consumido tanto tiempo y cabeza...y me haya hecho sudar sangre que no pudo ir a mi cerebro y pensar en otra cosa. Mis amadas y entrañables amigas las palabras me reconocen después de tanto, y me siento como en casa. Me deshice de diarios y pensamientos viejos, y aunque no voy a negar que dos o tres veces me arrepentí profundamente, ahora creo que es una etapa que tenía que ser dejada atrás. Reconozco que a veces soy tan impulsiva que hago cosas que luego quiero deshacer, sobre todo con las propias producciones. ¿Alguna vez me detendré a pensar, justo a tiempo, en esto antes de volver a tirar algo? Es un impulso con vida propia, como un petardo o cohete que se enciende gracias a su propia fuerza de voluntad. Es cansador arrepentirse tantas veces de las cosas, pero por otro lado te recuerda que muy pocas personas son capaces de tal grado de autocontrol. Extrañaba tan profundamente estos silencios de la noche, cuando la cuidad entera duerme (excepto los bichitos trasnochadores como nosotros)y las luces se retiran a algún oscuro lugar de su conciencia...me encanta pensar entonces que, en este mismísimo momento, hay personas solitarias (pero ruidosas por dentro) apoyadas en algún balcón de su terraza y en el barandal de algún puente, contemplando alguna autopista o un lado debajo suyo...y que quizás se sientan tan cálidamente solos y con la misma paz abrasadora que yo. Si se rodean de gente es porque ya han pasado tantas horas reflexionando entre cuatro paredes, que olvidaron lo que era la voz de otros. ¿Sabes qué? Amo a ese tipo de seres. Hoy día dejé de concentrarme tanto en buscar y descubrir a estos hermosos marginados, pero créeme que no me olvido de cómo es. A lo mejor me reconforta porque es como reflejarse en un espejo, porque es sentir que hay más como uno. Sea por el motivo que sea, es hermoso. Recuerdo que hace aproximadamente dos años, tres, sentía absolutamente todo con una intensidad casi insoportable. Será porque me pasaba el día leyendo a Hermann Hesse o a Kafka, pero cada pequeñez escondía realidades tan hondas como una galaxia. Absolutamente todo tenía un sentido o un porqué, y estas respuestas aparecían sin que nadie la llame (sabían que eran más que bienvenidas). Eran hermosos tiempos, aunque un poco vacíos de Papá. Este año mi mente estuvo principalmente ocupada en Él, en lugar de tanta cuestión imaginaria. Pero de vez en cuando es agradable revolver los blogs viejos y leer lo que pasaba por mi cabeza en ese entonces, siempre que no sea lo suficientemente bueno el reencuentro como para desear revivirlo y retroceder en mi relación con Él. De cualquier forma, si esto no es terapéutico, es necesario. Traer del pasado canciones de Nelo Johann, los queridos hermanitos Gallagher y alguna que otra época de Blur. Lo curioso es que las canciones que más me marcaron, por así decirlo, tienen su propio paisaje, su propia larga historia. Se trata de excavar en años pasados, superados, y leer las palmas de los soles viejos. Cuando buscaba desesperadamente el estar sola, cuando trataba de que mi círculo íntimo fuese lo más reducido posible. Mis días consistían en evocar imágenes de los libros que estaba leyendo en ese momento, en tratar de vivir como si esta realidad fuese un cuento de Sabato, como si hubiese una Alejandra que viene por el lado opuesto a mí por un parque y en cualquier momento su alma fuese a llenar más mi existencia. Como si a la vuelta de la esquina hubiese un Martín desdichado contemplando la pureza y pulcritud de una estatua en un banco de plaza, con su bolso a un costado porque escapó de casa, de su madre-cloaca y el padre que intenta recuperar lo ya perdido. Como si la vida consistiese en ver cómo se alejan barcos por un mar más azul que uno. Como si fuésemos el velero que se aleja por el canal de Beagle, mar muy muy adentro hasta ser inalcanzable a la vista de los hombres. Sumergirse hasta rozar los planetas y un sol furioso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario