domingo, 23 de febrero de 2014

Quehaceres

Te voy describiendo lo que debo hacer, para ir aclarando ideas además.
Pinchar mariposas muertas en las paredes o quizás colgando de algún lado, pero escondidas no.
Hojas muertas, también por las paredes o donde luego se me ocurra.
Caracoles. Ya tengo varios sobre las paredes pero deberían haber más en caso de que no se pueda hacer lo otro.
Y quitar los rostros humanos que anden dando vuelta por ahí, excepto los de los seres.
Ah, seguir colocando plumas también. Ramitas, frascos con mundos interiores atrapados pero libres.
Y, POR FAVOR, poner algo de música ya mismo porque a veces el silencio -y el mío propio, ambos superpuestos- me vuelven loca.



Todo este estrés acumulado que en las últimas semanas no me permitía comer y quizás dormir...definitivamente ha dejado una marca que no puedo ignorar. Me sigue doliendo el cuerpo, pero creo que no puedo darme estos lujos por mucho más tiempo.
Sigo con la idea de que dormir sin interrupción por dos años sería una bendición. Y no sé, despertarme en otro lado como frutilla del postre. Qué cruel es la memoria del cuerpo.
(Dios mío, cómo quisiera propinarme un par de bofetadas y dejarme en paz un minuto).
¿Nadie necesita que le ayude en alguna tarea de literatura?

sábado, 22 de febrero de 2014

Cuerpo quebradizo

Casualidades me han traicionado muchas veces. No esperaba nada de aquella noche, sin embargo ahora, después de tantos años, leo y releo cartas que quizás nunca debieron haber llegado a mis manos. Invierno, manda tus furiosos vientos y desvía al mensajero del dolor.
Si tan solo pudieses ver cómo las plantas trepadoras envuelven mi cuerpo, cómo me convierto en un capullo inquebrantable. A veces me causa pena, otras paz.
Paz porque es como un descanso de mí misma, que la mayoría de las veces necesito porque no me soporto. La trémula voz me falla, no me quiere corresponder. De todas formas, prefiero no oírme. 
Leticia, las campanas siguen haciéndome temblar de espanto. ¿tú me comprendes? Fuera hay tantas cosas que me asustan, me aterran. El infinito galopar de los corceles de fuego, los incansables aullidos de lobos que no saben dónde me hallo, pero huelen mi pánico.
¿En qué momento todo se dio vuelta? Si no quieres tocar mi piel -no te juzgaría- al menos mírame para confirmarme que sigo aquí.
Luego date vuelta, y déjame donde me encontraste. Suave desprecio, un perfume amargo. Las montañas heladas que me observan como el hombre a un insecto, los poetas locos que me describen como una suerte de maldición encantadora, que por las noches vaga con pies de flor y se hunde en su propia duda.
Si pudieses ver cómo nieva dentro mío.
Si oyeses las profecías de las estatuas de mis jardines invernales.
Si vieses cómo se levantan de su tumba los cuervos y las claras mariposas...es todo tan delicado que mi dolorido cuerpo piensa que puede soportarlo...hasta que algo más profundo se quiebra.
Me quebré muchas veces, Leticia.